Buscando las coincidencias

Vivimos tiempos estremecedores, en efecto, a escala planetaria.

Demasiados pueblos viven cotidianamente la catástrofe de la guerra, sacrificando la vida de hombres, mujeres y niños inocentes, en el altar de un dios siempre desconocido y ajeno, que sólo parece dispensar el don de un dolor inacabable.

La desnutrición arrasa con parte de la población de las dos terceras partes de las naciones, mientras el desarrollo tecnológico se concentra en acrecentar el poderío militar ya disponible y en la explotación irracional de las reservas de energía del planeta, ya brutalmente castigado por la codicia humana.

La Tierra, nuestro hogar, parece gritar su agotamiento en la forma de desastres que parecen naturales, ante la perversidad de la especie supuestamente más evolucionada que la habita.

Las minorías poderosas ensayan cada día herramientas más eficaces para aislarse del sufrimiento humano. El propio y, sobretodo, el ajeno.

El poder de esas minorías ha llegado a ser tal que aturde, enajena, intimida, paraliza las conciencias… Y uniforma nuestras conductas de un modo previsible y sobretodo...controlable. 

Mentes preclaras nos habían advertido durante el último siglo sobre lo que podía llegar a sucedernos como especie. 

No quisimos, no pudimos escucharlas. Y el futuro llegó… hace rato…

Hay sin embargo una característica novedosa respecto de otras épocas de la humanidad: el alcance del estremecimiento es universal e instantáneo. 

La misma tecnología que permite transferir de inmediato billones de dólares de unos propietarios a otros permite que toda la información también sea transmitida en cuestión de segundos a cualquier parte del planeta. 

Y con la información se disemina la angustia.

Ni la religión ni la filosofía ofrecen respuestas, aunque fueran parciales...
Los mejores artistas de la humanidad no cantan a los sueños, sino a la desesperación.

Este nuevo malestar universal generó la necesidad de calmantes también universales.

Y es así que la tecnología de la información empezó a incluir entre sus herramientas la administración de la verdad, vale decir, su manipulación deliberada, hasta su negación misma, mediante la consagración de la mentira.

La verdad es según quién la patrocina.

De ahí que sea fundamental la instalación de “slogans” que predispongan convenientemente al público masivo, a la “opinión pública” o al electorado, según el caso, como si se tratara de vender una gaseosa.

“Armas de destrucción masiva” fue un slogan que justificó la invasión de un país y que dejó cerca de 500.000 víctimas fatales en su población civil. Las armas de destrucción masiva nunca se encontraron en el país ocupado. 

Entre nosotros, iremos viendo, los ejemplos han sido y siguen siendo muchos y dramáticos.

Con la esperanza entre los dientes - como diría John Berger - debemos hacer lo posible por despejar nuestras conciencias de la confusión de las frases hechas, vengan de donde vinieren. 

Y creer en verdades que nos permitan vivir como si fuéramos eternos.

Si abandonamos la modorra de no pensar, y la comodidad de confiar demasiado en la información envasada, encontraremos coincidencias reales escondidas detrás de antinomias falsas.

Es bueno empezar por casa. Por esas frases hechas que usamos los argentinos, esas que no nos dejan pensar con libertad, y discutirlas fervientemente  para buscar nuestra verdad detrás de la máscara de cualquier propaganda. 

Quien advierta en esta intención la inspiración señera de Don Arturo Jauretche, no se equivoca. 

No somos los primeros, claro está. Y el desafío es enorme para nuestros modestos recursos. Pero no es momento de achicarse.

Ahora..., a la cancha, que el tiempo corre.

Catulo





Comentarios

Monica Riche ha dicho que…
Muy buen texto y diagnóstico.Me entristece el panorama,pero trabajo con niños y creo que ellos van a hacer posible el cambio...paso a paso.Es sorprendente su CONSCIENCIA y cómo perciben el mundo.abrazo!
deambulando huellas ha dicho que…
Gracias Mónica. Toda nuestra esperanza está en las generaciones que nos sucedan. Nuestro desafío es no transferirles nuestros temores. Verdad?

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