La Memoria

Hay hechos de nuestra historia - la individual y la colectiva - que la memoria nos trae a la conciencia asociados a una fecha.
No es que el significado de ese hecho se agote en un día del calendario.
Si viene a nuestra memoria es porque su significado no se agota.
Porque obliga a la conciencia a seguir buscando.
Entonces la fecha funciona como un mero pretexto, una invitación.
En noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 27 de enero como “Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto”, porque ese día de 1945 las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau. 
A nadie se le cruza por la mente que el Holocausto sucedió o terminó en una sola fecha.
Parece que el ser humano necesita hitos en el calendario: la memoria requiere llamados externos, casi arbitrarios: “Hoy nos toca recordar…”
Creo firmemente en que todos los hechos de nuestra historia - la individual y la colectiva - sólo pueden ser interpretados desde nuestro lugar en el presente. 
O dicho de otro modo: el lugar que ocupamos en los conflictos de hoy determina cómo recordamos.
El genocidio perpetrado por los nazis fue un proceso largo, con antecedentes claros en la historia de Europa y de la humanidad. 
También lo fue el genocidio argentino.
Y no me refiero aquí solamente a la exacerbación de la violencia como método de resolución de los conflictos. 
Siendo toda forma de violencia una desgracia, a los sometidos por cualquier forma de dominio suele no quedarles otra forma de intentar sobrevivir. De ahí las guerras de la independencia de las metrópolis coloniales o el “derecho de resistencia al tirano” que recogen las constituciones modernas.
Ese movimiento constitucionalista nace para superar cualquier forma de poder absoluto en aras de formas consensuadas de convivencia. Eso es la Ley. 
Entre sus previsiones, la Ley regula el uso de la violencia por parte del Estado.
Queda fuera de discusión que cualquier golpe de estado es una violación a la Constitución.
La historia argentina ha tenido cantidad y variedad.
Pero la dictadura 1976/83 nos ha llevado a los argentinos a conocer el lugar más abyecto de la condición humana: mientras el estado exterminaba deliberadamente a miles de argentinos, el resto de la sociedad lo ignoraba, o simulaba ignorarlo, y una parte de la misma sociedad clamaba por culminar la tarea alentando a los verdugos.
Igual que el Holocausto.
Un poder absoluto selecciona un grupo de la sociedad y le atribuye el origen de todo mal. Luego los mata. Para ellos la Ley es un obstáculo en su misión redentora.
Lo abyecto, sin embargo, no está en el delirio de una minoría.
Está en el silencio de la mayoría.
En toda sociedad humana hubo y hay erupciones de discriminación contra quienes llevan algún estigma en la frente.
El estigma disimula motivos más terrenales, e intereses más espurios llevan a la matanza.
Detrás, el objetivo es el control de la sociedad mediante el miedo. Para lo cual miles de seres humanos son condenados al horror.
Como en el Holocausto.
Afortunadamente, no hay en el horizonte cercano amenaza de regreso de un poder absoluto en nuestra nación.
Tampoco en Europa. Aunque el horror sea parte de la vida cotidiana de muchos pueblos cercanos.
No obstante, día a día nos enteramos que partidos neonazis crecen electoralmente mientras en las calles grupos violentos apalean inmigrantes y homosexuales.
El estigma subsiste como herramienta de sometimiento de las conciencias. Es probable incluso que sea objeto de estudio en las consultorías de marketing electoral.
Debemos estar atentos: lo que ya no pueden los tanques puede lograrlo la propaganda.


Catulo

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