La oportunidad II

Estamos ávidos por leer, escuchar, ver. Recibimos wassaps, pensamos, tememos y nos esperanzamos. 
Esa idea de la esperanza aparece en diferentes formatos. 
Y es que tal vez la única manera de atravesar el absurdo repentino sea creer que puede ser en efecto una oportunidad. 
En general la esperanza de estos días incomprensibles se sustenta en lo mucho que aprenderemos inevitablemente ahora que el espanto del miedo nos iguala, ahora que la amenaza del virus nos acecha sin distinciones de cuentas bancarias, o ubicación geográfica. 
De nada sirve pertenecer al Primer Mundo cuando el mundo es uno solo y se está cayendo. 

De repente confiamos en que el ser humano se volverá más solidario porque vuelve a ser consciente que sin el otro no se salva. Rara paradoja esa de ser solidario para salvarse pero como escuché alguna vez: no importa lo que motiva las buenas acciones lo importante es llevarlas a cabo.  

He leído hoy que el miedo es el mismo en las barriadas pobres que en los barrios caros, en los yates de lujo que en el bote del pescador mas humilde. Disiento. El miedo no es el mismo. No puede serlo. 

Si pensamos que nos volveremos menos egoístas porque desde nuestras casas llenas de alcohol en gel nos preocupa que en las villas y el conurbano más profundo se contagien sin remedio en un aislamiento imposible, si pensamos que ellos sienten el mismo miedo que nosotros frente a esta horrible peste me atrevo a decir que estamos equivocados. 

Ellos nos llevan una gran ventaja frente al miedo: no tienen nada que perder más que la vida y  de ese temor están inmunizados hace rato. Porque se han acostumbrado a tener hambre, a dormir a la intemperie, a comer de la basura, a andar descalzos en el barro, a tomar agua sucia, a respirar paredes húmedas inundación tras inundación, a recibir caridad desde lejos y a que a muy pocos les importe realmente. Algunos ni siquiera tienen miedo de salir a robar para matar o morir, porque están resignados a perderse y a perder a los que quieren por el paco o la bala. No señor, ellos no tienen el mismo miedo. No puede ser eso lo que nos iguala. 

Nosotros les tememos a ellos cada tanto, cuando nos enteramos que un pibe chorro o uno pasado de droga mata sin miramientos.  Reclamamos justicia mientras nos parece justo que vivan de un modo brutal desde la cuna. Pero temerles no nos paraliza: construimos muros para tener menos miedo o compramos armas para defendernos.  Su pobreza no nos impide movernos y además no es contagiosa.

Ellos no temen. Nosotros si. En esas barriadas hacinadas se contagian porque siguen viviendo como siempre. Es nuestra vida la que ha cambiado y de repente nos damos cuenta que si ellos se enferman todos estamos en peligro.  

Advierto el riesgo de que lentamente nos vayamos adaptando al encierro en medio de nuestras comodidades habituales y el informe diario de víctimas termine por anestesiarnos hasta que sean solo números, Nos volveremos insensibles a la catástrofe a menos que nos toque. 
Y entonces no saldremos mejores.

Porque salir mejores sería darnos cuenta que no es posible volver a convivir con los que mueren de pobreza cada día como si fuera inevitable.
No hay virus peor que la indiferencia ante esas muertes lentas, cotidianas que pudiendo evitarse no se evitan y en cambio los despreciamos hasta que nos invaden con su propio desprecio por la vida en una entradera o un asalto. Les tememos a ellos y ellos no tienen miedo a nada. 
Quizá porqué no tienen nada que perder.
Por eso intuyo que no es el miedo lo que nos iguala. sino esta nueva crudeza con la que todos miramos de frente la amenaza concreta de la muerte. 
Para ellos no es nueva sin embargo.
Elos no le temen más a este virus que lo que le temen a la falta de una changa que les permita darle de comer a sus hijos.
Pero mientras nos siga pareciendo tolerable que unos pocos ganen fortunas sentados frente a la pantalla de la bolsa y a eso le llamemos meritocracia, mientras sigamos aceptando  que el mundo es así y no puede cambiarse, que los ricos son ricos porque son mejores y que los pobres son pobres porque no quieren trabajar, mientras ese virus que nos inocularon siga intacto cuando al fin abramos nuestras puertas y salgamos a las calles, volveremos a sentir que el único problema es estar expuestos a que nos robe o nos balee por un celular o un par de zapatillas esa plaga humana que no respeta ni la vida.

Hay quienes no han licenciado a su personal doméstico, hay quienes lo han hecho pero no le pagarán los días porque están en negro, o porque van por horas y si no van problema de ellos. Hay quienes se pasan el día armando viandas para que los más vulnerables sigan comiendo en esta emergencia. Hay quienes salen a la calle porque "no pasa nada" y quienes se quedan en sus casas obedientes y orgullosos de la decisión presidencial que hubiera sido otra de haber sido otro el mandatario a cargo de este drama. Rusos chinos y cubanos envían médicos al rescate de los países desarrollados mientras la potencia del norte siempre tiene como única solución el envío de tropas. 
¿Lograremos ver la diferencia?
La oportunidad de ser mejores existe, está a nuestro alcance. 
Ojalá sepamos aprovecharla.

Patricia Riche

Comentarios

Unknown ha dicho que…
MA GIS TRAL
Unknown ha dicho que…
Soy yo ,la bodo
Anónimo ha dicho que…
Buenísimo!!!
Carla y Armando ha dicho que…
Muy bueno!. Ojalá todo esto sirva para cambiar todas esas ideologías que nos está llevando a un lugar muy oscuro.
Miguel Chajtur ha dicho que…
SI EL VIRUS FUERA MENTIRA

...Y si el virus fuera mentira, si fuera la invención de un demente o de un genio quizás. Si nuestros hospitales no estuvieran colápsados, si no estuvieran muriendo nuestros abuelos ni nuestros amigos, si los doctores y las enfermeras...y los demás trabajadores de nuestros sistemas de salud no estuvieran arriesgando sus vidas.
Si los gobiernos estuvieran ayudando a los pobres y a los vulnerables, no por miedo a que nos contagien o que ocupen nuestras camas o nuestros ventiladores, si esa ayuda fuera un interés genuino por sus vidas difíciles, por sus caminos cuesta arriba, por sus limitadas oportunidades de quedarse en sus casas, de compartir con sus hijos.
Si los que viven hacinados pudieran irse a un hotel 5 estrellas cuando no haya espacio en su hogar.
Si dejáramos de consumir aquello que no es “esencial”, si dejáramos de explotar la tierra, si las calles estuvieran vacías, si los animales recuperaran parte de lo que les hemos quitado, si estuviéramos jugando con nuestros hijos o nietos porque queremos y no porque no tenemos otra cosa que hacer, si nos comunicáramos con nuestros amigos o hermanos para decirles que los extrañamos, no solo para saber si están a salvo de la peste. Si la tierra nos devolviera la lluvia, como hoy, si no barriéramos las hojas de los árboles de los jardines, si tuviéramos tiempo para leer, para cocinar, para mirar aquellos cuadros que compramos-auténticos o copias de un calendario- porque nos gustaban y no para decorar una pared, si tuviéramos el tiempo para escuchar música, Vivaldi o Cohen o Arjona o Tomy Rey....la que a ti te guste.

Si nos fuéramos quedando un poquito en silencio.

Si jugáramos más a las cartas, no para quitarnos la plata unos a otros sino solo por el placer de jugar con los nuestros.
Si los políticos dejarán de salir en la tele olfateando las próximas elecciones, si las multinacionales dejarán de obtener utilidades obscenas y se repartiera de un modo mejor, si todo lo que no hacemos hoy no fuera por miedo, si el ruido de las bocinas y el de los taladros en el cemento se fuera acabando, si las voces huecas y estridentes de los imbeciles se fueran apagando.

Si nos fuéramos quedando un poquito en silencio....

Miguel Chajtur

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