8 M

«Si buscás vivir tranquilo
Dedicate a solteriar—
Mas si te querés casar,
Con esta alvertencia sea,
Qué es muy difícil guardar
Prenda que otros codicean.

Es un bicho la mujer
Que yo aquí no lo destapo,—
Siempre quiere al hombre guapo,
Más fijáte en la elección;
Porque tiene el corazón
Como barriga de sapo.» 

consejos del Viejo Vizcacha en “La vuelta de Martin fierro”, 
José Hernández,1879.

Mi niñez estuvo signada por la presencia de una madre, digamos, fuerte.

Aprendí de ella, creo que como todos los seres humanos, lo que significa ser mujer. 

Su condición femenina también me enseñó, como en reflejo, algunas de las notas esenciales de mi condición de varón. El resto fue aporte de mi padre, cuando se vislumbraba detrás de la omnipresencia materna.

Entre los olores de la cocina y durante la espera - que siempre era la del regreso de su hombre - mi vieja fue consolidando la índole de su fortaleza, que no era otra que la del dolor.

“Y yo me hice en tangos,
me fui modelando en odio, en tristeza,
en las amarguras que da la pobreza,
en llantos de madre,
en las rebeldías del que es fuerte y tiene
que cruzar los brazos
cuando el hambre viene…”
Celedonio Esteban Flores, “Por qué canto así”. La versión mas conocida recitada por Julio Sosa, antes de cantar “La Cumparsita” en los 60.

El “llanto de madre” no venía tanto de las privaciones materiales de nuestra vida, como de la ausencia del varón que debía protegerla y acompañarla. 
En tanto constituida por la ausencia del hombre, fuente de su identidad, tuve una madre machista, que se ganó nuestra devoción, respeto y obediencia por ese sufrimiento abnegado desde el que nos regalaba la vida todos los días.

“No hay hermanos, no hay parientes,
del amigo… ni qué hablar!
Sólo el cariño de madre,
ese sí es verdad!”
Julio Argentino Jerez, “La Baguala”, chacarera santiagueña, infaltable en todas las peñas folklóricas desde los 50.

Bien podría resumir que mamé patriarcado desde que vine a este mundo, y que los cantares y los decires que escuchaba no hacían más que consolidar esa noción de que hay un poder “inmanente” en el varón que la mujer sólo puede aceptar. 
Aquella que no lo hiciere sufrirá el castigo material de la violencia física…

Ya se lo había dicho: “Del laburo
sin hacer estación, venite a casa.
No es que yo esté celoso, te lo juro,
pero si vos no estás... no sé qué pasa...”

“Si tardás en llegar tengo pavura
de que te hayas peleao en la milonga,
vos sabés que no falta un cara dura...
Y yo te manco bien, cara chinonga...”

Pero ella se olvidó, sucia y borracha
llegó como a las nueve la muchacha
por seguirle la farra a un mishetón.

Los bifes -los vecinos me decían-
parecían aplausos, parecían,
de una noche de gala en el Colón.

Celedonio Esteban Flores, “La Biaba”, cerca de 1935.

o el castigo moral del escarnio, que le atribuye a la mujer el carácter exclusivo de la perversidad:

“Tomo y obligo, mándese un trago
De las mujeres mejor no hay que hablar
Todas, amigo, dan muy mal pago
Hoy mi experiencia lo puede afirmar”

Carlos Gardel y Francisco Canaro, “Tomo y Obligo”, de la misma época.

El veneno patriarcal nos ha contaminado por siglos en todos los idiomas: los versos aquí citados sólo son los que mi memoria recoge sin esfuerzo. Pero desde Giuseppe Verdi (“La donna é mobile…”) hasta Cacho Castaña (“Si te agarro con otro te mato…”) (Perdón por el ejemplo) las sucesivas generaciones de seres humanos vamos naturalizando  la noción de que los varones debemos someter a las mujeres…, o no somos varones.
No es intento de justificación, aunque parezca.
Pero es difícil salir de la trampa para un varón como yo. Necesitamos ayuda.
Aunque nos animemos a hacer declaraciones de tono feminista, nuestro disco duro nos traicionará en la intimidad y seguiremos supervisándolas como si hubieran nacido de nuestra costilla.
En la antigua Roma - dicen - había una ceremonia exclusiva de las mujeres en la que las que tenían acceso se constituían en factor de poder, para salir del encierro y ejercerlo luego en la vida pública. Eran los “Misterios de la Bona Dea”.
Hoy intuyo que la “conspiración” femenina no requiere de la clandestinidad a la que el poder masculino la ha condenado durante milenios.
Está ahí, en la calle. A plena luz del sol y de la luna.
Intuyo que esta revolución en ciernes, de consolidarse, puede llegar a ser la revolución cultural más trascendente para la humanidad desde el cristianismo.

Yo, por las dudas, el 8 M me quedé en casa esperando el regreso de ella. 

Catulo







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