Los K

"La Patria es el Otro" me parece una frase hermosa. Aunque formulada por alguien que inspira tantas adhesiones como rechazos, podríamos coincidir en que no es una frase más. Es fuerte, es bella y es inclusiva.
Con el otro que es la patria nos unen hilos invisibles cada 25 de mayo, cada 9 de julio, cada 17 de agosto. 
Cuando hablamos de patria nos sentimos orgullosos tanto por ese Otro que sacó a los ingleses a puro aceite y agua hirviendo como por el que cruzó los Andes con apenas el abrigo necesario para no morir de frío.
El Otro suma a nuestra memoria colectiva como nación.
Somos 44 millones de argentinos gritando un gol de la selección o alegrándonos cada vez que las abuelas recuperan un nieto. 
O unos cuantos miles y miles que caminan bajo la lluvia sin importar partidos políticos siempre que alguno de nuestros derechos más inapelables está bajo amenaza como con el 2 x1. 

Este año no hubo festejo por el día de la independencia por falta de presupuesto, para no gastar en cosas superfluas como un desfile o una banda.
No hubo Zoo en las vacaciones de invierno para aquellos que no pueden pagar el de Luján o el de Pilar porque hoy el predio de Palermo es un Ecoparque en construcción, cerrado, donde hay ratas y donde además se murieron una jirafa y un rinoceronte.
Hay despedidos por todos lados aunque seguramente es porque son laburantes que le sobran al sistema. 
El nieto 128 pasó casi desapercibido mientras el presidente hablaba de no sé qué cosa en Rosario sin hacer siquiera un minuto de silencio por la explosión de la escuela de Moreno ocurrida el día anterior.

Y entonces, mientras intentamos acostumbrarnos a tanto ajuste emocional, empieza a faltar el aire…

Cuesta respirar en un país donde los mismos que acusaban de corrupto a un juez hace unos años hoy le celebran las arbitrariedades.
Cuesta respirar cuando tantos ciudadanos honestos se ponen contentos porque hay presos aunque no haya pruebas, 
Cuesta respirar cuando las sentencias se dictan en los medios y la ley, el poder judicial y la “Justicia” se degradan.
Cuando la gravedad de los hechos es determinada por un grupo de panelistas con algo de rating.
Cuando el odio es tan enorme que el sentido común y la sensibilidad dejan paso a la sin razón que desvirtúa las conciencias.
Entonces un joven artesano murió ahogado por accidente, un chico mapuche recibió un tiro en la espalda por error, un submarino desapareció con sus 44 tripulantes sin dejar rastro porque el mar es muy grande, dos docentes explotaron por el aire quizás por imprudencia propia…
No hay responsables porque lo único que importa es lo que nos dicen que importa.
Duele el pecho por la impotencia de que ni siquiera la muerte funcione como límite.

Y mientras cada vez menos compatriotas llegan a fin de mes, mientras cada vez más personas  tienen que sacar su colchón a la calle, lo único que se escucha consistentemente es el estigma de la letra K. 
Como un mantra cuya repetición nos señala el origen del Mal. 
Como un pecado original que todo lo explica. 
Lo K como emblema de todo lo que se debe repudiar.
Cuadernos k, actores k, ex funcionarios k, jueces k, empresarios k, amigos K…. 
El otro ya no importa, sobre todo si es K.

¿Qué nos está pasando? Qué nos están haciendo que podemos justificar tanto barullo sólo apelando a una letra?

Clodia


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