El pueblo nunca se equivoca

Casi la mitad del pueblo de Brasil ha votado a un ex militar que no se oculta detrás de mentiras piadosas -como ocurrió en Argentina en la última campaña presidencial.  Incluso el ex presidente Menem confirmó que si hubiera anunciado lo que pensaba hacer, no lo votaba nadie...
Este candidato no disimula, se muestra tal cual es en toda su anacrónica ferocidad: los hombres deben ganar más que las mujeres porque es lógico que quien dirige una empresa le pague más a quien no va a pedir licencia por embarazo o por maternidad; porque es comprensible que a quien trabaja en relación de dependencia se le pague por las  horas trabajadas, y eso no incluye vacaciones, ni días por enfermedad, ni aguinaldos que suben los costos del empleador; las elecciones sexuales que se salen de la “norma” son una enfermedad que hay que combatir: basta de tolerar las diferencias que se convierten en libertinaje. 
Más o menos esas son las ideas que suenan alrededor de su campaña sin incluir declaraciones xenófobas y racistas. El 46% votó esas ideas en un país con una población mayoritariamente “de color” -como se decía hasta que se los dignificó con la categoría de “afroamericanos”. ¿Se puede entender esa decisión por la influencia de la iglesia evangelista o de los medios de comunicación?
Más allá de que la historia pruebe que las etapas se repiten y los antropólogos y filósofos intenten explicar por qué, cada uno de nosotros intentamos buscar respuestas desde nuestra intuición, desde nuestro sentido común de personas comunes. 
Desde cierta perplejidad por los recientes resultados de las elecciones, se me ocurre que Trump o Bolsonaro pueden explicarse por el cansancio. 
El ser humano se cansa de todo. Se enamora, se entrega y luego se aburre de casi todo: parejas, amigos, trabajos, lugares y hasta de la propia existencia. Aunque resulte incomprensible, ese aburrimiento cíclico parece incluir también a los derechos conquistados. Se lucha por la igualdad de género hasta dejar el aliento, pero de alguna manera comienza a cansar tanta igualdad. Está bien la libertad de amar a quien queramos pero…está bien la educación y la salud gratuitas pero…está bien que quienes trabajan tengan sus beneficios pero…Tanta conquista acumulada molesta, agobia, produce esa incómoda sensación de haber ido demasiado lejos, de habernos pasado de la raya. 
Y entonces surgen voces cuasi mesiánicas que nos seducen desde el fondo de los tiempos tocando el inconsciente colectivo con palabras tranquilizadoras: prometen que todo va a volver a la “normalidad” de la que nos sacaron, que el “orden natural” de las cosas será restaurado, que cada quién tendrá lo que merece, que habrá “justicia” porque los malos y corruptos serán encerrados y los buenos podrán vivir en “paz”. Y los pueblos eligen esa tranquilidad de lo viejo conocido porque de algún modo han olvidado los dolores de vivir de esa manera. 
Eligen un cambio que restrinja ese espacio que de tan amplio empieza a generar angustia, incertidumbre, miedo y apatía. Buscan límites que los contengan. Aunque sea por un tiempo.  
Por eso tengamos esperanza, porque si es cierto que los ciclos se renuevan y se repiten, volveremos a saturarnos ante la pérdida, los preceptos y las imposiciones. Aquellos que hoy se inclinan por restaurar modelos que creíamos superados y para ello resignan libertades, pronto sentirán un renovado impulso para luchar otra vez  por sus derechos y volverán a unirse a los que hoy sentimos que todo esto es un penoso retroceso hacia el pasado.

Clodia

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