A rio revuelto ganancia de pescadores

Tal vez sea una ingenua pero no deja de sorprenderme la imposibilidad de conversar de política con los que suponemos amigos. Esa postura infranqueable de “yo pienso esto y no lo voy a cambiar”, como si en defender esa inflexibilidad hubiera algún mérito. 
O quizás sea una soñadora al ilusionarme con el diálogo enriquecedor, ese que de verdad nos propone escuchar desde las convicciones firmes pero no irrevocables,  con la honestidad de aceptar si uno se descubre equivocado, o al menos confundido. Escuchar desde el cariño y el respeto que nos merecemos para beneficiarnos mutuamente.
”Y vos ¿qué pensás?” me preguntó una vecina que ronda los 80 aunque intenta parecer más joven. Ella compró la idea del “cambio" y sospecha que yo no. Me lo preguntó con sincera curiosidad. Está enojada con todo lo que pasa pero tampoco quiere que vuelva lo anterior aunque ya no sabe qué sentir. Por eso preguntó. Desde las ganas de escuchar otra campana que la que suena diciendo que todo fue nefasto, que nos mintieron y nos robaron a destajo.
Con algunos amigos eso no pasa. Por más que uno intente, por más que el repiqueteo constante de la asociación ilícita comience a parecerles sospechoso, ellos no preguntan. Te cortan con que se robaron uno o dos PBI y por eso estamos como estamos hoy y bajan la persiana. Como si no dudar les mantuviera vivas las energías para tolerar cualquier desastre. 
Uno podría creer que alguien que nos conoce y nos valora podría tener algún interés en entender por qué pensamos distinto, desde esa confianza inmediata que genera el afecto. Pero no. Se parapetan detrás de sus decisiones aunque las sepan equivocadas a esta altura o se recuestan en las razones de periodistas que ya muy pocos consideran “independientes”. El enojo que transmiten por lo anterior suele ser más elocuente que sus argumentos en defensa de este nuevo país que sufrimos cotidianamente. 
Ayer escuchaba a un dirigente chileno que fue tres veces candidato a presidente diciendo que la razón de esta brecha infranqueable es que de un lado se defienden valores y del otro intereses. Suena sencillo si no fuera porque quienes defienden intereses lo hacen también enarbolando “valores”.
Y es ahí donde unos cuantos vivos llevan agua para su molino mientras nos debatimos entre si es mejor combatir el hambre o la corrupción, o si preferimos el desempleo a los ñoquis en el estado. 
Sabemos que no existen los gobiernos perfectos pero cuando nos enfrentamos en estas falsas opciones perdemos la capacidad de distinguir entre gobiernos mejores y peores. 
Alguien muy cercano me dijo: “no lo intentes, yo no pienso como vos ni quiero pensar así”. 
Alguien más me preguntó “y vos… ¿por qué pensás así?”
Entre ambas preguntas hay un “así” que no puede ser compartido pero también está la posibilidad de ese diálogo que al menos por el momento parece imposible y separa cada día más las aguas de este río revuelto donde nadie gana, salvo los mismos pescadores de siempre.

Clodia

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