Sodoma Y Gomorra, David y Goliat, los Unos y los Otros

No sin dolor queda al descubierto que grieta hay una sola y es universal. El debate es transparente ¿salvar vidas o salvar  “las economías”? 

En un intento de sintetizar posiciones podría decirse que los que se inclinan por salvar ”las economías” sostienen que una crisis en ese sentido se llevaría muchas vidas de todas maneras, por lo tanto “que mueran los que tengan que morir”. La vieja teoría de la supervivencia del más fuerte. Los que eligen salvar vidas sostienen que la economía sería igualmente inviable sobre muertes y contagios masivos como está quedando tristemente demostrado -pero sobretodo que una economía que se cae se puede recuperar mientras que una vida que se pierde no tiene retorno. 
Está claro de qué hablamos cuando hablamos de salvar vidas humanas. 
No está claro de qué se habla cuando se habla de salvar “economías”.
Porque ¿qué es lo que se salva? ¿la economía de los mismos y pocos privilegiados de siempre? Está a la vista que los países del globo no han tenido mucho éxito en perseguir el bien común. Entonces ¿qué sentido tendría seguir entregando vidas para salvar un sistema que no ha ofrecido soluciones si no que se ha limitado más bien a ensanchar las diferencias entre ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres?

En medio de la pandemia inesperada los Goliats se revelan ineptos y los Davides en cambio precavidos y dispuestos a aprender del diario del lunes. El virus está desnudando la miseria real detrás de la fachada de los poderes basados en burbujas financieras o en supremacía militar. De nada le sirve a EEUU enviar tropas a parte alguna si su sistema de salud hace agua fronteras adentro. De nada le sirve al FMI reclamar deudas a las que de todas formas ninguna nación empobrecida podría hacer frente ya. De nada le ha servido a Italia o a España pertenecer al primer mundo cuando la salud de sus habitantes se ha puesto en jaque tras el saqueo ininterrumpido de años de neoliberalismo. 

Cruceros fantasmales navegan sin rumbo ni puerto con muertos y cientos de infectados a bordo mientras algún “líder” compara el virus con una lluviecita. Cada seis minutos hay una muerte en Nueva York pero Mr President intenta distraer enviando la flota norteamericana a sitiar Venezuela y el Reino Unido retrocede a ciegas tras internar a su primer ministro en terapia intensiva. ¿Sodoma y Gomorra?

En el sur de América, nuestra pequeña patria ha sobrevivido a cuatro años devastadores.  Buitres externos e internos vinieron por todo sin lograr desarmar por completo las redes construidas durante 12 años de integración social. Entre 2015 y 2019 se destruyeron salarios y puestos de trabajo, se privilegió el bolsillo de las empresas de energía en detrimento del de los hogares, se incrementó la pobreza a niveles obscenos en una geografía que se jacta de poder alimentar a cuatrocientos millones de personas, se degradó el ministerio de salud a secretaría y se redujo el presupuesto de la ciencia, se arrumbaron camiones sanitarios, lotes de vacunas, medicamentos y cunitas y se paralizaron hospitales que estaban prácticamente listos para ser inaugurados.
Ante semejante destrucción el pueblo decidió votar a los que sin prometer el cielo garantizaban al menos sacarnos de ese infierno en la tierra. Pese a tanta desidia los engranajes estatales no estaban totalmente oxidados y hoy permiten que en nuestras villas y barrios más humildes la gente se organice y pueda protegerse. Desde nuestros diversos y posibles aislamientos intentamos cuidarnos y cuidar.
A través de la cuarentena obligatoria - esa que increíblemente insisten en flexibilizar para cuidar la economía los mismos que la destruyeron- conviven los que aplauden a los profesionales que arriesgan su pellejo para sanarnos con aquellos que les dejan carteles amenazantes para que no contagien; las cacerolas -que no sonaron para pedir que el mejor equipo de los últimos 50 años dejara de engordar sus cuentas y fugar riquezas- con los que repudiamos sus reclamos insensatos e incoherentes. Unos arrojando malicias desarticuladas desde sus balcones y sus tweets falsamente republicanos, otros esperanzados en que a los que gobiernan les vaya bien para que puedan llegar a los que más lo necesitan con la mano de un estado nuevamente presente. 
De tanto repetir frases vacías muchos no advirtieron el contenido profundo detrás de sus propias consignas. Sí se puede. Está claro que se puede y está claro también que hay algunos que no quieren que se pueda, que insisten en romper, en quebrar, sin darse cuenta que la nueva realidad no lo resiste.
¿Estaría Borges equivocado? ¿Quiénes son los incorregibles?

El ser humano está entrenado para adaptarse -he leído que sólo por eso podemos tolerar las sucesivas masacres sin enloquecer. Ordenamos, limpiamos, tratamos de mantener una rutina siguiendo los consejos de expertos en situaciones de encierro. Tocamos con las puntas de los dedos el peso de la gravedad que nos rodea para que no nos aplaste, pero por momentos lo inabarcable de saber a millones de almas aisladas, a montones de pueblos y ciudades con sus calles desiertas finalmente nos golpea, el aquí y el ahora se vuelven irreales y se filtran los rayos de otro orden posible.

Será por eso que tengo la intuición de que Argentina será parte fundamental en la reconstrucción de un mundo que exige nuevos y mejores equilibrios que los ofrecidos por un capitalismo decadente. Nuestra deuda parece renegociarse sola en un default que se perfila global, los dineros del estado liberados se destinan entonces para atender y cubrir necesidades básicas hasta tanto volvamos a ponernos de pie. Ante lo arrasador de la pandemia -y pese a los errores cometidos, evitables algunos seguramente- el gobierno conduce, protege, tranquiliza y se enfoca en distinguir lo urgente de lo único importante: la vida de millones de argentinos. 
  
Patricia Riche

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