Mboyeré

En guaraní quiere decir embrollo. Un gran enredo imposible de desanudar. 
Como esos que hacen los gatitos en las películas mientras la protagonista teje y sonríe por lo inesperado del simpático desorden.
El virus podría ser el gatito. Pero el lío que genera no puede considerarse inesperado y mucho menos gracioso.
El virus vino a confirmar lo que nos vienen anunciando científicos, sociólogos, filósofos y movimientos ecologistas de todo el mundo desde hace décadas: así no se puede seguir. 

Pensemos en las grandes ciudades hundidas en un mar de contaminación auditiva y atmosférica, atestadas de individuos atrapados en su laberinto, encerrados en una colmena invivible de la que anhelan escapar. Ciudades inundadas de personas agitadas que viven lejos y se ven compelidas a viajar durante horas para llegar a sus trabajos, atravesando el embotellamiento endemoniado de la hora pico en la que todos van o todos vuelven. 
¿tuvo que llegar el virus para convencernos que movernos así no es bueno para la salud? 

Pensemos en el enjambre que hemos construido en el que un médico de Lanús trabaja para un sanatorio de Liniers, una chica de La Plata para un banco en Boedo, una docente de Caballito da clases en una escuela de Vicente Lopez, alguien de Pacheco consiguió trabajo en una casa de Flores y alguien de Flores en una casa de Pacheco. Todo eso multiplicado por miles y miles nos deja colgando en una telaraña de millones, sometidos a una existencia irrespirable donde la mayoría pasa gran parte de la semana viajando y trabajando para llegar exhausto al momento de hacer por fin alguna cosa que disfrute. 
¿Tuvo que aparecer el virus para que nos diéramos cuenta de que no somos libres?

Parece que trabajar desde casa no solo sería posible sino deseable en muchos casos y que ponernos en movimiento para hacer en una oficina céntrica lo que podemos hacer desde un sillón del living es poco virtuoso para ambas puntas del ovillo; que desplazarse por el barrio para comprar lo esencial es más rápido y fácil que aglomerarnos en los hipermercados y que comprar lo esencial cerca es más económico que tentarnos con cualquier “oferta” de las grandes cadenas aunque para ellos sea menos redituable; que no usar el auto desintoxica, representa un ahorro en nafta y mantenimiento y que caminar o andar en bicicleta es bastante más saludable que estresarnos durante horas cada día frente al volante.

¿Pero cómo se desarma esta parafernalia montada alrededor de las grandes zonas urbanas? 

Porque sucede que los humanos somos gregarios. Nos tira la grey, el rebaño. Nos gusta amucharnos. Y el capitalismo supo ver ese gusto por ser cardumen, por andar en bandada para poder dominarnos. Solo que en vez de ser frescos como los peces o livianos como los pájaros, nosotros los bípedos supuestamente más inteligentes del planeta nos constituimos en manada. Y andamos pegados, arreados para el lado que nos lleva la propaganda, acumulando objetos innecesarios que nos demanda un enorme esfuerzo conseguir y sostener.

¿Habrá alguna manera de reorganizarnos y aprovechar los kilómetros y kilómetros de  naturaleza maravillosa pero deshabitada?
¿Cómo se logra que lo nacidos y criados en un lugar deseen quedarse porque tienen la posibilidad de realizarse allí donde nacieron? 

Puede sonar iluso, pero me sonó a un primer paso escuchar al presidente decir que planea apoyar, estimular y desarrollar las economías regionales de manera que cada zona -el NOA, el NEA, la Patagonia- pueda optimizar sus recursos. Eso implicaría que cada provincia  -o cada grupo de provincias- podría obtener el mejor provecho de manera más sustentable con lo que tiene para ofrecer según su geografía, su clima y las habilidades de su gente, que podría a su vez acceder a tierra, techo y trabajo. Las tres T que hoy son inviables en el tristemente famoso AMBA, donde millones cabalgan un mismo caballo extenuado, los unos sobre los otros sin llegar a ningún lado. Sin embargo seguimos agolpándonos, pisándonos, empujándonos para encontrar un lugar. 
¿Tenía que llegar el virus para demostrarnos que la premisa de que la ciudad brinda más oportunidades es a lo menos dudosa?

Por lo pronto el virus nos saco de la calle y nos obligó a cuidarnos. Entre todos -o entre casi todos- salvamos muchas vidas. Aunque no podemos sentirnos orgullosos del logro porque hay voces que nos dicen que es un fracaso Ahora que Sí advierten que vamos de mal en peor, que si no morimos de coronavirus moriremos de hambre, que hay que salir, que hay que volver cuanto antes a “la normalidad” de la producción y el consumo para que los negocios no sigan bajando sus persianas, que la inseguridad y la inflación son insostenibles. ¿Intentan que creamos que la cuarentena es la causa de todas nuestras miserias? ¿Pretenderán que olvidemos que hemos visto y participado de las redes creadas para sostener a los más débiles durante esta emergencia? ¿Querrán que ignoremos que, más allá del desgaste, hemos aprendido que se puede vivir con otros ritmos? Compartir momentos con los hijos, hablar con los abuelos más seguido, hacer una videollamada porque nos extrañamos, seguir leyendo un libro hasta la madrugada, saludarnos con el vecino que antes no conocíamos, preguntarnos como estamos de balcón a balcón o cocinar una receta en familia porque tenemos tiempo. Un tiempo que “la normalidad” nos roba en correr hasta la parada del colectivo que nos deja en el subte para luego meternos a presión dentro del vagón justo antes de que cierre sus puertas para llegar a la otra punta de la ciudad una hora más tarde, acalorados y ansiosos por marcar a horario la tarjeta de entrada.

No sé si éste será el punto de no retorno para un sistema tan injusto y degradado o si se convertirá en uno nuevo de partida para inocularnos urgencias ajenas como propias.
Lo que si sé es que -mientras confiamos en que se concrete el impuesto a las grandes fortunas, el Ingreso Básico Universal, la reforma de la justicia o se recupere lo fugado por Vicentín con o sin expropiación- no quisiera tener que esperar el siguiente virus para que decidamos cambiar aquello que podemos empezar a cambiar hoy.
Será eso o seguir sonriendo fingida y tontamente en medio de este inmenso mboyeré.

Patricia Riche

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy bueno,Bado!! Estaremos a tiempo de cambiar para mejor???

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