Los eventos desopilantes se suceden y sigo preguntándome cuál es la ganancia de estos pescadores que no hacen otra cosa que enturbiar unas aguas suficientemente revueltas. 
Qué es lo que motiva a tantos periodistas y políticos a ocultar, tergiversar, confundir y mentir. Cuál es el aporte para sus vidas -además de lo obvio en billetes- si cada día tienen que empeñarse en el ocultamiento, la tergiversación y la mentira para dañar y dañarse, porque en definitiva trabajan para destruir el país que también ellos tienen que habitar.
No hay bien que se considere más importante que la vida y es por eso que se ha regulado la manera de protegerla por encima de todo lo demás. Por más indignante que nos resulte el arrebato de alguna cosa que compramos con esfuerzo, la reacción no puede ser tal que lo privemos al otro de algo más preciado que lo que nos han quitado. Hemos recorrido mucho camino desde la ley del talión para que la justicia por mano propia fuera reemplazada por códigos de convivencia pacífica y civilizada. A los que actúan por fuera de lo regulado se los juzga y se los encierra. 
Claro que es posible que no se atrape a quien ha cometido un delito, o puede que se lo atrape y la ley establezca que debe permanecer libre de todas maneras. En los últimos años se ha venido construyendo un sentido común que conspira contra el cumplimiento de la ley y socava las bases de la ética, la democracia y la república. Por eso unos pocos se arrogan el derecho de exigir que se tome un camino diferente del que la mayoría ha elegido en la urnas hace menos de un año. Se embanderan detrás de consignas incoherentes y violentas para desobedecer la ley mientras dicen defenderla y desestabilizar al gobierno votado por el pueblo mientras dicen proteger la democracia. 
Detrás de esa arbitrariedad hay un periodismo que nos dice quiénes son culpables y quiénes inocentes, quiénes merecen vivir y quiénes morir, cuándo esta bien matar para defenderse, cuándo está bien robar para enriquecerse, cuándo está mal transformarse de “simple” empleado bancario en empresario y cuando eso es sinónimo de meritocracia, cuando una prueba es válida y cuando no lo es, qué jueces son probos y qué jueces indignos de su posición, quienes los comunicadores, artistas, científicos o intelectuales independientes y quienes merecen la supuesta descalificación  de “militantes”. 
Se colocan por encima de las normas establecidas y usan la extorsión en ausencia de argumentos. El periodismo se constituye en la vara y medida de todas las cosas, convoca la furia  de un puñado de ciudadanos y recurre a la antipolítica para proclamarse cínicamente como dueños de la República. 
Aquellos que intenten revertir lo transitado a contramano del derecho serán señalados como promotores de impunidad para el “poder de turno”. El tema es que “el turno” no existe. El poder es uno solo, no se turna con nadie y está siempre en manos de los mismos sin importar quién gobierna. No hay tal cosa como el invocado poder residual. Solo hay poder. Y esta muy a la vista que quienes lo detentan son siempre los más ricos, esos que tienen tanta plata que necesitan de compañías offshore en paraísos fiscales para no pagar impuestos que mengüen un ápice sus fortunas desmedidas, que pueden imponer presidentes y comprar los medios para sostenerles el disfraz de transparencia y firmeza contra la corrupción populista. 
No hay democracia ni república posible mientras la incoherencia y la mentira marquen la agenda, y los temas que  nos afectan se debatan entre cacerolas, tweets y canales de televisión. 
La sociedad reclama desde hace años que se reforme la justicia para que sea confiable e independiente. ¿Pero confiable para quienes, independiente de quienes? El verdadero poder la necesita temerosa, adicta, oscura para criticarla cuando no los favorece y someterla cuando no los representa. Para poder recurrir a ella y exigirle que invente causas, que condene sin pruebas, y que dé curso a denuncias anacrónicas por traición a la patria.
El límite debe ser la vida.
Cuando se festeja a puño cerrado que la cifra de contagios aumenta, cuando se alienta a romper la cuarentena para defender a estafadores de guante blanco, cuando se incita a ingerir un producto que puede ser peligroso para la salud solo por rating, cuando los que hundieron en el hambre a millones desfilan denunciando que la economía y la libertad están en peligro, cuando insinúan golpes, amenazan y atropellan para impedir que el congreso funcione, entonces se caen las caretas y quedan al descubierto los rostros de la muerte.
El límite es la vida.
No se cuál será su ganancia pero sin dudas merecen el repudio de toda la gente de bien que habita el suelo argentino. 
 


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